viernes, 22 de septiembre de 2023

Serenatas VIII. Nuestra Torre de Babel

No hay día desde hace una serie de años en los que no me enerve al ver las noticias y saber de las reivindicaciones que los independentistas catalanes exigen para la consecución de su ilusoria independencia. Quedan lejos aquellos años en los que PP y PSOE, partidos de ámbito nacional que aglutinan el sentir mayoritario de la población, estaban de acuerdo en los asuntos centrales vertebradores de la Nación. La unidad del país ha sido manida por las derechas casi como reivindicación autoapropiada, pero esto no habría sido así si históricamente sus adversarios políticos de las izquierdas no hubieran hecho suyas reivindicaciones tan descentralizadoras que podrían haber sido perfectamente planteadas por fervorosos independentistas. Es la historia de nuestro país desde hace mucho. La derecha se apropia de la idea de Nación española y su unidad, y la izquierda la critica por ello sin reparar en su propia culpabilidad por hacer dejación de su protección.


Hoy Pedro Sánchez, superando al tenebroso Zapatero de hace unos años, ha llegado a unos límites que no se podían sospechar si hubiéramos hecho caso a sus propias palabras hace unos años en los que juraba y perjuraba que ciertas políticas a favor de los independentistas no se llegarían a ver en su gobierno. Pero como él, bandido, no miente sino que simplemente cambia de opinión, se rebaja (él físicamente, el Estado metafóricamente) ya hasta un extremo humillante, así que los siguientes años a nivel político en España serán de sumo interés no sólo para los politólogos y tertulianos varios, sino también para los estudiantes de Historia del futuro.


El nacionalismo periférico es un glotón con hambre sin fin. Nunca estará satisfecho con lo que consideran migajas del Estado, pues siempre querrá el menú completo, es decir la autodeterminación e independencia, y como bulímico que es, regurgitará su desprecio por España para después seguir comiendo. Y como estos independentistas han ido año a año escalando peldaños con la aquiescencia de los que en teoría tendrían que haber protegido los intereses del Estado, hace esto más doloroso e indignante. De ahí que partidos como UPyD y Ciudadanos nacieran en su momento (da pavor pensar que fue casi antes de ayer) para luchar contra el poder tan absoluto que los independentistas tenían en la gobernabilidad del país (a la que ayudaban como contraprestación a mejoras en su progreso nacional en detrimento del Estado). Pero no hemos aprendido la lección, y hoy, una vez muerto ese centrismo con visión nacional (en estas horas está naciendo un nuevo partido con esa intención, de talante centroizquierdista), el gobierno de Pedro Sánchez patéticamente genuflexo ante el golpista Puigdemont y ávido de sus apoyos para seguir gobernando un Estado cada vez más exiguo, y ayudado por la nacional(de nacionalista)-socialista Francina Armengol, el independentismo ha conseguido una victoria moral pues ha llegado a un rellano más cercano del final de la escalera, siendo éste la inclusión de las lenguas cooficiales (gallego, catalán y euskera) en el Congreso de los Diputados.


En nuestros mitos culturales se decía que los constructores de la Torre de Babel fueron castigados por Dios por su prepotencia de querer llegar con ella tan alto al cielo, y de ahí, la diferenciación de la Humanidad en múltiples lenguas con las que no podían entenderse entre ellos. Pues gracias a estas políticas nacionalistas, tenemos nuestra propia Torre de Babel, políticos que se creen endiosados y por las nubes a causa de la querencia del tal Sánchez por unos míseros votos para poder permanecer como señor omnímodo de La Moncloa. A los independentistas e izquierdistas les gusta acusar a la derecha de temerosos de la  realidad plural de España. Pues no, que no se equivoquen, que dejen ya esa mentirosa cantinela, la Constitución protege dicha pluralidad, siendo las lenguas regionales uno de esos aspectos a proteger. No sería novedoso que yo dijera aquí lo que pienso, pues comparto lo que muchos han dicho ya en los últimos días contra esta medida. Lo que estamos empezando a ver en el Congreso de los Diputados podría tratarse de algún sketch del mejor humor absurdo de los Monty Python o de la célebre "Las Autonosuyas" (película de Rafael Gil basada en la novela de Vizcaíno Casas), el hecho de que un español tenga que enterarse por un pinganillo tras el que hay un costoso traductor, de lo que otro español (aunque no se sienta como tal) diga en otra lengua diferente al español que bien conoce. He ahí la extrema soberbia del independentismo, por lo que nos oponemos, al menos yo, a esta medida. Pero ellos siempre nos venderán como centralistas catalanofóbicos por muy moderado que se sea, y la izquierda les comprará el discurso. Parece como si los políticos que así han firmado a favor de este esperpento político dijeran con el hecho de obligar a que se usen los pinganillos, no al úsalos porque "no me entiendes", sino en verdad lo que nos transmiten al usar una lengua que no se entiende es porque "no quiero que me entiendas". Lo que estamos viendo es el mejor ejemplo para hacer creer a la opinión pública que en verdad son diferentes, que el castellano le es ajeno y que por ello merecen su autodeterminación. Así que por mi parte también y para que en el futuro quede constancia de esta ridiculez supina, ésta ha llegado por tener muchos padrinos, pero el padrino mayor tiene un nombre, Pedro Sánchez, el hombre que se quería a sí más que al país que decía representar.


Cuando las lenguas sirven para no encontrarse como sociedad, ésta se rompe, con todas las consecuencias que esto conlleva. Lo verán en los libros de Historia.

Cuadro de la Torre de Babel, de Pieter Brueghel el Viejo

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