domingo, 19 de noviembre de 2023

Sucesos de antaño (VI). Y la muerte estaba en casa

Nuestras ciudades, además de esconder mucha historia detrás de cada monumento, esconden verdaderos dramas ocurridos tras un sinfín de edificios salpicados a lo largo y ancho de los respectivos términos municipales. Dramas familiares que suelen aparecer en las páginas de noticias de los periódicos, en los últimos años y según qué casos, algo escuetos de información debido a la protección de datos de carácter personal, pero que antes en las noticias impresas, estaban aderezadas con muchos datos que hoy ayudan a reconstruir la biografía de los que antaño vivieron, e historiar las calles de nuestras ciudades.


El otro día, gracias a la labor de recopilación que hace la página de Facebook "Efemérides Granadinas", descubrí uno de estos tristes acontecimientos que ocurren a cada momento en muchas partes del planeta. Me fijé en la efeméride correspondiente al 17 de noviembre de 1906, cuando ocurrió un desgraciado accidente, con resultado de muerte, en una fábrica de pan de la calle San Isidro de Granada. Y debido a que en la actualidad dicha calle es la siguiente paralela a la mía, quise averiguar más al respecto.

La Publicidad, 17-11-1906, página 2.

Según veo en los periódicos de la época, el día 16 de noviembre una mujer de unos 18 años, Antonia García Maguel muere accidentalmente en el horno de la fábrica de pan Mariscal, propiedad de su familia, situado en la calle de San Isidro Nº19. Atrapada su ropa accidentalmente en el cilindro mecánico del motor de amasado, e intentando escapar, fue lanzada violentamente contra un escalón, cuyo golpe le causó heridas graves en el cráneo que le provocarían la muerte horas después, ya del día 17.


Dado que el suceso ocurrió en un lugar tan cercano a mi discurrir diario, quise acercarme para ver in situ el lugar e intentar visualizar la Granada de aquella época. Según vi en la calle, la numeración de las fincas ha cambiado, pero intuí que el actual Nº27 fue el antiguo Nº19, ya que el actual Nº25 figura además como el antiguo Nº17. Es decir, justo detrás de la que hoy es mi vivienda, un edificio que hoy está en obras de reacondicionamiento, y que en 1906 sería totalmente diferente, pues el actual que está siendo reformado, según veo en Google Street View se asemeja a los bloques de viviendas construidos durante el franquismo.

Calle San Isidro de Granada en diciembre de 2021. Fuente: Google.

Calle San Isidro de Granada en la actualidad. Foto de mi archivo

El padre de Antonia era Miguel García Sabán Mariscal, empresario del pan. En la prensa antigua aparecen muchos anuncios de sus negocios. En 1895 tenía la fábrica de pan "Nuestra Señora de Gracia" en el Callejón de Prados Nº30, junto a la placeta de Gracia. La factoría sufrió en abril de 1896 un incendio que pudo ser apagado sin lamentar más desgracias que las materiales. Ya en 1900 tenía la fábrica de pan "La Espiga de Oro" en la calle Nueva de San Antón Nº11. A final de ese año el Ayuntamiento le concedió la autorización para establecer un horno para cocer pan cerca de allí, la calle de San Isidro, lugar que aquí nos ocupa. Era un lugar en donde en 1896 vivía el maestro de Primera Enseñanza Antonio Sánchez Balbi y su familia. En ese lugar hoy ocupado por obreros y turistas en búsqueda del jamón asado del Bar Ávila, es donde falleció la pobre Antonia, sin duda con muchas cosas que le quedaron por hacer en su vida. Pero una lamentable accidental casualidad truncó todo lo que pudo ser. Son las pequeñas historias de gente que pasó por este mundo.

Anuncios de las fábricas de pan de Miguel García Sabán Mariscal. Izquierda: La Publicidad, 23-5-1895, página 4. Derecha: La Alianza, 22-4-1899, página 4.

sábado, 11 de noviembre de 2023

La Tierra desde el cielo (XIII): Rumbo a París

Quiero rescatar para esta sección de mi blog un par de impresiones visuales atractivas para mi mente, que pude disfrutar en uno de esos pocos viajes que he podido hacer en avión. Buscando fotografías antiguas (si por antiguas se pueden considerar las que hice hace tan sólo 10 años), reparé de nuevo en las que realicé con una cámara digital de no muy buena calidad en uno de esos escasos viajes que llegué a realizar.


En la primavera de 2013 emprendí un viaje-aventura a Francia, para visitar a mi hermano que residía en París con una beca Erasmus. El destino era el aeropuerto de Beauvais, y el origen el aeropuerto de Málaga. La suerte que tuve es que en la trayectoria entre ambos lugares se cruzaran en mi visual dos emplazamientos tan queridos por mí, por sentimientos bien distintos.


Como un adulto con mente cuasi infantil en cuanto a lo inquieto por ver cosas nuevas, transcurría mi vuelo mientras constantemente me encontraba asomado a la ventanilla intentando descubrir los lugares por los que íbamos sobrevolando. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que sobrevolábamos Baños de la Encina, localidad jiennense que consideraba y considero mi pueblo, pues era el pueblo natal de mi abuelo paterno, aquel en donde yo había pasado grandiosos momentos familiares, y donde aún vivían primos y tías-abuelas. Aunque la visión que muestra la imagen que cuelgo es algo difusa, se puede contemplar con poco detalle pero en su totalidad la localidad, situada al amparo del pantano del Rumblar, en las estribaciones de Sierra Morena. Fue en la lejanía que me daba la posición del avión desde donde intentaba encontrar de casualidad "mi pueblo", pues dada la trayectoria que emprendíamos cabía dicha posibilidad. Así que en los primeros momentos del viaje me encontraba buscando algún núcleo poblacional en las cercanías de algún embalse, que me permitiera reconocerlo. Tras pasar por varios, la imagen que se abrió ante mí me llamó la atención, y pude confirmar que era mi buscado Baños de la Encina al observar con cierta dificultad el milenario castillo andalusí por el que es famoso el pueblo. Fue emocionante poder contemplar lugar tan querido y añorado desde las alturas, el lugar donde nacieron muchos de mis antepasados, la zona de la Campiñuela donde se conocieron mis abuelos, todos aquellos lugares donde mis ancestros realizaron sus vidas.

Y el viaje seguía. Mi mente, tranquila en cierta manera por haber podido descubrir al Baños de la Encina que quería ver, siguió discurriendo por las altitudes de nuestro país, atravesando nubes que cubrían las vidas de todos los que abajo se encontraban, montañas nevadas, y llegando al Cantábrico, pude comprobar con satisfacción que sobrevolábamos otro lugar muy querido por mí, San Sebastián. No me unía vínculo familiar con la capital guipuzcoana, pero era una ciudad que amaba, y que soñaba con poder vivir en ella. Ya la había visitado en dos ocasiones, la última tan sólo dos meses atrás, pero poder contemplar la bahía de la Concha desde las alturas, con su característica y reconocible Isla de Santa Clara, y el río Urumea partiendo la ciudad en dos, daba un característico regusto emocionante a mi vuelo. Tras dejar España, los cielos de Francia nos dejaron pasar para poder disfrutar las maravillas que el país vecino nos ofrece. Eso fue otra historia.