miércoles, 14 de junio de 2023

Apuntes genealógicos IX. José Talavera Amigo

En Genealogía por lo general, estudiamos la relación de parentesco con nexos de líneas verticales, para comprobar de quiénes somos descendientes. Somos así el resultado de la infinita red de uniones de personas a lo largo del pasado. Pero como es obvio, no todos los seres humanos han dejado descendencia. Unos por propia decisión, otros porque no han tenido la capacidad de conocer pareja alguna, o porque teniéndola no han podido engendrar. Pero hay otros, mucho más numerosos en el pasado que en la actualidad, que son los niños fallecidos a temprana edad. En tiempos pretéritos la tasa de mortalidad infantil era altísima, no sólo por las carencias alimentarias o de salud que hubiera en determinado momento o lugar, sino porque muchos de esos niños morían ya en los primeros momentos de su vida, muerte puerperal o en los primeros años. Por tanto la continuidad genealógica con su aporte genético finaliza cuando ellos mueren.


Pero hoy voy a traer al recuerdo a un "primo" fallecido tristemente muy pronto en una de esas investigaciones colaterales de mi genealogía, aquella con los que comparto antepasados. Él falleció no a causa de ninguna enfermedad, de las tantas que asolaron nuestro país en el siglo XIX. Fue a causa de un accidente, esos que aún siguen pasando por descuido momentáneo familiar sobre una criatura que no tiene las capacidades analíticas ni motoras para saber qué es peligroso para su integridad física. Ese tipo de tragedias familiares que hoy día seguimos viendo a través de la televisión.


Hasta el siglo pasado, en el Albayzín de Granada muchísimas familias trabajaban con los telares, se dedicaban al "arte de la lana", teniendo dentro de sus viviendas auténticas pequeñas factorías familiares de telares manuales, ayudándose para ello del agua que irrigaba el barrio mediante la Acequia de Aynadamar. Parte de mis antepasados y sus parientes vivían en la parroquia del Salvador, su propia placeta, en el entorno de las calles Agua, Pagés, Pardo, Panaderos,....


Consultando la prensa antigua, compruebo cómo en julio de 1891 falleció en un desgraciado accidente José Talavera Amigo, un niño de 3 años al caer en un pilón de agua de la fábrica de paños que había en la calle del Pardo Nº32. En esa vivienda habitó su abuelo Antonio Amigo Fernández, trabajador de la lana y que había sido vocal de la Junta de Comisarios de aguas por el Salvador y San Juan de los Reyes. También en esa calle (aún desconozco si en el mismo número, aunque me inclinaría por el sí) vivió su bisabuelo Juan Amigo Chacón, cuyo padre (tatarabuelo del niño fallecido) Josef Amigo Pérez fue dueño de una "fábrica de lana". Aquel era un lugar a medio camino entre plaza Larga y el Carmen de los Mascarones, donde vivió mi familia a caballo entre los siglos XIX y XX. El niño José, al que creían desaparecido, fue buscado por la zona pero encontraron su cadáver ahogado en dicho lugar. El crío era hijo de José María Aniceto Talavera García y Antonia Eugenia Amigo Gómez. Un año antes dicha familia vivía en la adyacente calle del Agua (entonces calle Talavera). Antonia Amigo, la madre, era prima hermana de mi trastatarabuelo José Garrido Amigo, por tanto José Talavera Amigo era primo segundo de mi tatarabuelo Francisco Garrido Jiménez, también dedicado a las artes de la lana. Imagino que a mi tatarabuelo Francisco Garrido le tuvo que afectar aquello de alguna manera, no sólo porque era primo suyo, sino porque por aquel entonces mi tatarabuelo empezaba a tener cargos de responsabilidad política en el barrio. Y porque además empezaba a formar su propia familia (mi bisabuelo nació ese año), y como cabeza de la misma se preocupara por la integridad de sus pequeños retoños.


No sé qué causó que el niño falleciera de esa manera. Quizás en su innato afán infantil de descubrimiento, el niño cayera jugando en el recipiente y no pudiera salir de él. No sería la primera vez que pasa, y como sabemos, no ha sido la última. Él, descubriendo a tan tierna edad un mundo nuevo, no pudo salir de aquella pequeña trampa mortal. Hoy su memoria seguramente no exista, dado el tiempo transcurrido y que sus hermanas hace décadas fallecieron. Valga por tanto este escrito como pequeño recordatorio para el futuro, de este malogrado primo.


El Popular, 7 de julio de 1891

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