Debo decir que mi afición a la escritura es en términos temporales algo muy reciente. Salvo algunas Cartas al Director escritas para prensa y mis conatos con el grupo Carpe Diem, fue sólo a raíz de mis investigaciones cuando hace unos 13 años empecé a dar forma a reflexiones y estudios, si bien muchos años antes ya iba rumiando bocetos con mi ordenador, hoy todos ellos lánguidos en la penumbra de carpetas cibernéticas nunca más abiertas. Me gusta dar forma a ideas con el teclado, ya que quizás por lo vergonzoso de mi carácter, siento que es como mejor me comunico. Aunque todo sea dicho, considero que esta manera de escritura con el ordenador (máquina de escribir antaño) pierde cierto encanto, pues la personalidad de un escritor no sólo se transmite por las palabras que uno escribe, sino también por el trazo de la escritura a mano, el reflejo de su alma trasladada al papel. No ha de perderse esa habilidad que nos ha hecho humanos.
Siento como una pesada losa sobre mi ser que esta afición con la que tanto disfruto surgiera en mí de manera tan tardía. Son tantas cosas que hoy lamento no haber hecho antes, o directamente no haber hecho. El tiempo vuela, y esos errores duelen más conforme las páginas del calendario pasan como el castigo de una flagelación. Años antes que mi afición por la escritura, desarrollé el gusto por las letras. El encanto del libro creó en mí una bibliofilia diogénica, de angustiosa custodia del saber, tan limitado en lo temporal como en lo espacial. En mi casa siempre ha habido libros, no sólo los que se han ido adquiriendo, también los libros infantiles o juveniles que me han ido regalando desde chico, así como la importante herencia de libros de un querido tío abuelo, humilde escritor también, del cual quizás yo haya podido heredar esta faceta. Así lo cree mi madre. Desde mi juventud y con mis pagas y primeros sueldos empecé a adquirir libros a mansalva, desde cómics a novelas, pero sobre todo ensayos históricos, creando entre todo una imponente biblioteca familiar que considero un auténtico tesoro.
Todo este prólogo autobiográfico lo traigo a colación por el honor de tener un pariente conocido y reconocido a nivel literario. Es un primo lejano del que llevaba tiempo queriendo hablar en esta sección de mi blog, pues ya sabía de su existencia cuando empecé a estudiar mi genealogía en 2012. Se llama Joaquín Pérez Azaústre y aunque sospechaba que pudiera haber relación de parentesco, pues nuestro apellido Azaustre común es escaso, hasta un tiempo después no pude conocerla. Al poco de empezar mi investigación genealógica me puse en contacto con un primo lejano de Alcaudete (Jaén), Tano García, del que ya he hablado en el blog y que ya llevaba años investigando no sólo el apellido Azaustre, sino a las familias de su pueblo. En aquel momento el escritor no estaba unido al tronco general en ninguna de las investigaciones que ambos realizábamos. Tano hizo una ingente labor de investigación, y desde que nos conocimos pude poner mi granito de arena en la investigación común, aportándole no sólo datos de mi tronco Azaustre, sino datos que por mi propio lado iba consiguiendo. Este fue el caso de Joaquín, pude conseguir los datos que facilitaron la unión de su núcleo familiar al tronco general investigado por Tano, pues el abuelo Azaustre del escritor provenía del mismo Alcaudete. Como curiosidad y si no me equivoco, creo que la familia del escritor Joaquín Pérez Azaústre es la única de todo el árbol Azaustre que añade la tilde a la U del apellido.
Tras la unión tanto de mi rama como la del escritor al tronco Azaustre, pude establecer el nexo genealógico de la siguiente manera: mi madre Aurelia López Garrido es prima 6ª del mencionado Joaquín Pérez Azaústre, pues ambos descienden del matrimonio alcaudentense formado en 1741 entre Juan Manuel Zaustre e Isabel Jiménez y Fernández. Un parentesco lejano, pero no por ello carente de gustosa curiosidad.
Joaquín nació en Córdoba en 1976, como hijo de Joaquín y María Consuelo. Licenciado en Derecho, empezó a publicar muy joven, ha escrito novelas como América (2004), Atocha 55 (2020), o Querido hermano (2023). También es poeta y además ejerce la labor de articulista, con artículos de opinión en periódicos como Diario Córdoba, La Razón, El Día de Córdoba o El País, y revistas como Letra Internacional y Mercurio. Por todo ello ha recibido múltiples premios entre ellos el Adonáis, el Premio Meridiana, el Loewe, y por su podcast "No eran molinos. Clásicos de la literatura Española" de RNE el Premio Nacional Fomento de la Lectura.
Joaquín aparece en noticias del periódico Ideal sobre su faceta de escritor allá por el 2001, justo cuando empecé a leer con detenimiento diario la prensa que coleccionaba. Pero entonces no tenía yo ese interés por la escritura, mis lecturas iban por otros derroteros y en los periódicos me centraba en otro tipo de noticias, por lo que es muy seguro que a las noticias en las que le veía no le dedicara mucho tiempo. Eso sí, quizás al leer su nombre entonces no podía imaginar el parentesco que nos unía, una unión a la que se le suma hoy el amor por la escritura, salvando todas las abismales distancias. Y fijándome en este digno ejemplo de primo lejano, y de otros amantes de las letras y la escritura que he tenido más cerca en la familia como mi tío José María (del que he de volver a escribir), me obligo a proseguir por este camino de la escritura. Y no sólo por el placer de escribir y de comunicar, sino que es además una excelsa manera de permanecer en el tiempo más allá de la próxima e inevitable muerte. Las palabras que son escritas, permanecen, ¡qué mejor legado!
Para saber más:
https://es.wikipedia.org/wiki/Joaqu%C3%ADn_P%C3%A9rez_Aza%C3%BAstre
https://www.juntadeandalucia.es/cultura/caletras/autores/joaquin-perez-azaustre

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