viernes, 30 de diciembre de 2016

“¿Dónde estará mi estrella de Belén?” (Relato de Navidad)

Hace pocas jornadas participé en el XV Concurso de relatos y cuentos de invierno que convocó el diario Ideal. El relato que envié fue publicado en el suplemento correspondiente del citado diario el pasado sábado 24 de diciembre, en su página 11. Para todos aquellos que quieran leerlo, lo cuelgo íntegro en este mi blog.

Mi relato en el referido suplemento del diario Ideal. Pinchar para ampliar.


“¿Dónde estará mi estrella de Belén?”

Las 8 de la tarde por fin, concluyo mi jornada laboral. Dejo por hoy las tareas finalizando así otro día de este extraño y fugaz año, quedando ya pocas hojas del mermado calendario, incrementando de esa manera la tensión ante la cuenta atrás para Nochevieja, que no es otra tensión sino el paso fulminante e inexorable del tiempo. La hoja que pasaré esta noche es una hoja de calendario que ya ha pasado a la Historia de mi vida como un nuevo insulso y monótono día más.

En esas me vi regresando a casa sorteando el aluvión de gente que, con sus caras rebosantes de algo que yo creía era alegría, iban y venían a través de las abarrotadas calles con sus bellas luces de colores y entrañables villancicos, dando al ambiente un aire de nostálgica masificación. Mientras tanto, la deshumanizada ciudad que me acoge, pero engalanada y esplendorosa brilla más si cabe sobre mi taciturna y grisácea figura, aquella que busca el lúgubre refugio de su pequeño lugar en el mundo, alejado de cualquier mueca de tierna sonrisa, de cualquier atisbo de felicidad. Por fin llego al descanso de mi pequeño y humilde hogar, no habrá nadie para recibirme, no habrá nada que celebrar. Pero antes de entrar me percato de la presencia de un vecino nuevo. En los bajos de un edificio cercano, bajo una techumbre que en realidad era intemperie y tapándose del siberiano frío con cartones y mantas, se encontraba un hombre sin rostro, sin identidad. Junto a él tan sólo la presencia de las pocas posesiones que le acompañaban, dentro de una pequeña bolsa de viaje que le serviría esa noche de almohada. Su imperceptible cara miraba hacia mí. Giré la cara, incómodo.

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Amanece otro día de mi vida, un día que siempre estuvo marcado en el calendario de casa como una de las fechas de más importancia del año. Entonces, estábamos todos. Hoy tan sólo quedo yo. Me he levantado molesto, he descansando mal. Y es que la figura de ese hombre sin rostro no dejaba de venírseme a la cabeza. Me asomo al balcón intrigado por su suerte, como preocupado por su integridad, pero ya no estaba.

Pasan las horas de mi día de descanso con una lenta parsimonia. Las manecillas del reloj torturan mis recuerdos, aquellos que fueron vividos con la festividad del tiempo veloz, el que determinaba cuando se había sido feliz. Cuán lejos quedaban ya aquellos días en los que vivía estas jornadas con asombrosa alegría, en reuniones familiares, con ilusión infantil, junto a portales de Belén, y regalos, regalos por todos lados. En cambio, hoy en mi pequeño rincón solitario que alberga mis sueños está todo en silencio, más allá de los villancicos de las calles y las risas en las reuniones que se celebran tras mis paredes. La penumbra de mi alma tan sólo iluminada por las luminarias navideñas del vecino de enfrente a través del cristal del balcón que me protege del frío invernal. A pesar de esa protección del exterior, mi pequeña y confortable casucha, está fría.

De niño me enseñaron la bondad y la solidaridad, algo que en una ciudad como esta en la que las personas no son tales sino números, he creído olvidar. También me enseñaron que este día, sobre todo, era compartir y amar. Ya de noche, cuando todas las familias se encontraban reunidas alrededor de sus mesas dispuestas a pasar una velada maravillosa, paseando por mi casa, pensando y recordando, me asomé al balcón. Junto a mí, balcones y ventanas, con luces de colores anunciando la felicidad que debería haber en el interior, de donde brotaban risas y cánticos. Deparé en el portal aquel, y de nuevo estaba allí mi desconocido nuevo vecino. Sin dudarlo, impulsado por algo en mi interior, bajé rápidamente a su encuentro. Tras presentarme como el vecino de arriba, a aquel hombre sin rostro le invité a pasar a mi casa, y tras la conmoción inicial, aceptó gustoso. Una vez arriba, le invité a que se pusiera cómodo y se aseara, después nos pusimos a comer un plato precocinado, más un poco de embutido que se iba a echar a perder en la nevera, todo regado por un vino de mesa que compré para lo que iba a ser mi solitaria cena. La cena no era muy boyante, no había grandes lujos ni velas ni mantel de colores. Pero en los ojos de los dos había felicidad extrema. Nos contamos nuestras vidas, nuestros devenires y echamos algunas risas. Comprobé que no hacía falta tener hijos para recobrar la magia y felicidad de estas fechas. Tras la cena y un brindis final, le invité a que se quedara a dormir, cosa que aceptó. Mi sueño fue placentero, y en él aparecieron las caras y voces de todos aquellos de los míos que ya no están, velándome en la noche. Por la mañana mi invitado ya no estaba, se había ido sin provocar ningún ruido. Tan sólo dejó una nota en la mesa dándome las gracias. Y en la que además me decía: “no estés perdido, tu propio camino lo has encontrado tú. Sigue tu luz, pues tú eres la estrella”. No lo volví a ver más, dijo que se llamaba Jesús.

Francisco J. Canales-“Azaustre

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