miércoles, 23 de marzo de 2016

La Tierra desde el cielo (IV): el Delta del Ebro

Si las anteriores entregas de esta sección visual desde los cielos fueron en base a imágenes tomadas gracias a Google Maps, en esta cuarta entrega cambio el medio y utilizo uno propio. Y es que a la aventura que supone subirse en un avión en cuanto a inyección de adrenalina en el cuerpo, habría que sumarle las maravillosas vistas de nuestro planeta a miles de metros de altitud y disfrutar en cierta manera lo que un ave puede sentir en su planear diario.



A pesar de que las veces que me he subido a un avión y he volado las puedo contar con los dedos de una mano y un dedo de la otra, he sabido sacarle emoción e increíbles sensaciones a aquellos vuelos. El último de ellos fue hace más de dos años, en noviembre de 2014 cuando volaba de regreso a Granada desde Barcelona. Gracias a la pasajera que iba sentada junto a la ventanilla, que me cambió el asiento al ver mi obsesión por observar lo que más allá del cristal había, pude ser testigo de un magnífico atardecer sobre tierras hispanas que me maravilló. Conforme el avión iba en dirección sur sobrevolando la casi regular costa del levante español, de repente algo novedoso apareció y pude divisar perfectamente un inmenso entrante de tierra en el mar, fácilmente identificable gracias a los conocimientos adquiridos desde bien temprano en el colegio en las clases de Geografía. En esos momentos estábamos sobrevolando el Delta del Ebro en la provincia de Tarragona.



Bajo la luz del ocaso, el serpenteante río Ebro se abría paso en dirección al Mediterráneo dejando a su lado tierras inundables, arrozales y un extensamente rico Parque Natural, así como sus dos característicos brazos de tierra o penínsulas, al norte la Punta del Fangar, y al sur la Punta de la Banya. En esa pequeña cápsula volante en la que nos encontrábamos a tantos metros volando sobre el mar, uno no podía más que contemplar pensativo la lejanía del mundo e imaginar las vidas que ahí abajo sucedían, aquellos agricultores que terminaban su jornada o solitarios pescadores adentrándose en otra inmensidad como era la del mar. Desde la tranquilidad y el sosiego del aire, todo era diferente.



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