lunes, 13 de julio de 2015

Croniquilla de un granaíno en Sevilla

Rememoro los viejos tiempos en que descubrí esta ciudad, paseo pos sus calles de nuevo y me viene aroma a verano, de aquel verano en que estuve aquí hace mucho ya. Retales de un pasado familiar que descubro a la vuelta de cada esquina. Mismo lugar, mismo entretenimiento, otra época y otro color; la plaza de América con esas mismas palomas comilonas junto a un reconocible Pabellón Mudéjar, que identifico al momento de fotos antiguas en que mi madre, mi tío-abuelo José María Garrido Lopera y su primo Pepe Lopera se entretenían con los antepasados de estas aves de hoy, en un juego animal-humano que se ve, prosigue de generación en generación. No puedo más que sonreír en mi solitario paseo ante tal imagen. Al gracejo del crío que veo temeroso dándole de comer a los patos en el Parque de María Luisa, se une el inolvidable canal navegable de la plaza de nuestras Españas, en el que todas nuestras provincias se unen en hermandad en hilera para darse un abrazo a sí mismas.




Un nuevo paso, una nueva esquina que voltear, y de casualidad como si mi destino haya prefijado este encuentro, ante mí se presenta el Hotel, preciosísimo, de Alfonso XIII. Me inmiscuyo entre sus pasillos y trabajadores, intentando descubrir el pasado, los recuerdos de una familia, la mía en última instancia, pues el cariño que se le tenía al desaparecido primo Antonio, me ha llegado a través de mi madre, y a ella a través de su tío. Hotel Alfonso XIII, enclave maravilloso en que se descubre a través de las fotos antiguas que atesora al primo Antonio Lopera López de Priego en sus tiempos de director del mismo junto a grandes personalidades como los entonces príncipes de España Juan Carlos y Sofía. Sevilla, tanta Historia en mayúscula, con tanta intrahistoria que llega al corazón, henchido de nostalgia. Nuevos rincones tras la esquina, viejos escenarios familiares, pues si en la plaza de Doña Elvira, donde entonces mis parientes contemplaban con encanto el inmenso poderío de la Giralda, hoy lo contemplo yo, casualidades de nuevo del destino, desde la ventana del artista granadino Amalio García del Moral; ventana desde la cual hoy el genial artista vigila su Giralda, en forma de busto modelado por las manos de mi tío-abuelo Aurelio López Azaustre. Todo queda en familia.





Sevilla-Granada, un dueto andaluz a lo Pimpinela, de peleas entre hermanos, eterna disputa por ser una de las ciudades más importantes del sur de España. “Peleillas” de amigos me gustaría llamar, que son “ganas de chinchar por chinchar”, porque finalmente amigos y hermanos somos para lo bueno y para lo malo. Que aunque los “miarmas” y los “malafollás” estemos siempre a la gresca, en definitiva somos casi lo mismo, con nuestras obvias y necesarias diferencias.

Que aunque yo  el primero, tengo ese prejuicio antisevillano desde que en aquel mítico verano del 92 me llamaron “mi arma”, retumbando aún en mis sensibles oídos, he de admitir la belleza incomparable e inmensa de la ciudad y el encanto de sus lugareños. Que por cierto, he de agradecer eternamente la bondad y el recibimiento de las gentes de Sanlúcar la Mayor, que gracias a su “Amarrao”, el “Amarrao” de López Azaustre, mi “Amarrao, nos ha unido ya para siempre (Rafa Espina, José Torres, Miguel Sousa, Juanma Márquez, Antonio Robledo y tantos otros).



Salgo de Sevilla encantado de nuevo, y aunque siga, porque seguiré, con la pulla antisevillana pues forma parte de nuestra idiosincrasia y cordial y duradera pugna de hermanos, me despido con las aguas del Guadalquivir directas al “Mar Océano”, mientras yo vuelvo a otra ciudad encantadora y genial, que está a los pies del cielo, mi eterna Graná.



Francisco J. Canales-“Azaustre

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