domingo, 7 de septiembre de 2014

Una flor tras los barrotes (Relato Certamen Conrada Muñoz)

El pasado mes de mayo participé en el V Certamen de Relatos cortos "Conrada Muñoz", que organiza la Fundación Sociedad y Justicia en memoria de Conrada Muñoz Herrera, madre de un funcionario de prisiones y primera víctima de ETA en la provincia de Granada. El relato, cuya temática debía estar relacionada con el mundo carcelario, lo titulé "Una flor tras los barrotes". Hace pocos días se ha conocido el fallo del tribunal, y de entre los 270 participantes mi relato no ha resultado ganador, siendo la ganadora la madrileña Carmen Peña Valdivia, con su relato "Por fin soy libre".

Cuelgo en mi blog el relato que escribí por si a alguien le interesara leerlo, junto a un dibujillo que realicé entonces para ilustrarlo. Desde aquí felicito a Carmen Peña por su victoria en el certamen. Espero que os guste.




Una flor tras los barrotes

Un día cualquiera...

De nuevo mi madre me había regañado por ver la tele, ya que tendría que estar haciendo mis deberes. Mientras me mandaba a mi cuarto a estudiar, lo hacía con esas mismas palabras que ya conocía de carrerilla, ‘para que mañana sea un hombre de provecho’. Me decía que la televisión era una ventana al mundo, pero una ventana llena de cosas ‘feas’ y poco recomendables para un niño de mi edad. Siempre, al poco de ponerme con mis tareas solía hartarme rápidamente y me sentaba junto a la ventana a ver el ambiente de la calle, el trasiego de camiones, ambulancias, gente que iba de un lado para otro, la vida en movimiento... Mi mente de niño no quería entonces hacer otra cosa.

Pero al otro lado de la avenida esa vida se convertía en tenebrosa pues se levantaba con aires tétricos la prisión de la ciudad. Un viejo edificio que según mis padres llevaba en el lugar desde hacía muchos años y por el que me daba miedo acercarme, pues solía evitar pasar por delante como si la jaula de un león se tratara. Mi ventana daba a un lateral de la cárcel, ésta rodeada por un alto muro coronado por alambres y ‘pinchos’ para evitar que los presos pudieran escapar.

Mirando de nuevo el lateral di con la ventana de siempre, una escuálida abertura sujetada por anchos barrotes. Y como siempre, tras ella, el mismo oscuro hombre. Cuando lo vi miraba hacia abajo, al infinito de su asiento, seguramente recordando algo y lamentándose de su situación. Llevo viéndolo desde que tengo conciencia, ya no me asusta verlo como antes pues se ha convertido en un vecino más, y del miedo que me provocaba ahora siento pena. No sé como se llama, ni el delito por el que está ahí, pero se ha convertido en alguien tan familiar que lo he bautizado para mí como Rostro Negro, pues negro es el habitáculo que lo envuelve y negros los recuerdos que su rostro transmite.

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De repente un estruendoso golpe metálico al final del pasillo de la galería hace que despierte de mi ensimismamiento. No sé por cuánto tiempo habré estado con la mente perdida mirando a la nada, pero la sombra que de la calle entra en la celda me hace pensar que bastante. De nuevo los mismos pensamientos, las mismas imágenes, esos rostros que me impiden dormir y me acompañan a cada momento, rostros de pena y sufrimiento que me martirizan.

Alejo la mirada de mi pesadumbre mental y miro a la calle desde mi pequeña ventana, pues cada vez que eso me pasa busco mi momentánea salvación fuera. Y sí, como siempre ahí está. Esa cara amable, comprensiva y angelical que me mira desde una ventana al otro lado de la avenida. Nos miramos largo rato, no hace falta que nos digamos nada, sus ojos lo dicen todo, él me ayuda a sobrellevar mi condena. Le he tomado gran cariño al chavea, aunque no sé ni quien es ni cómo se llama, para mí es como si formara parte de mi familia; de hecho le conozco en la soledad de mi celda como Luisillo, al igual que el hijo de una de mis primas, ya que me recuerda mucho a él. O al menos me recordaba, porque ese niño ya habrá crecido y será un adulto. Ahora él es lo más cercano que tengo a lo que fue mi familia.


Un día cualquiera varios años después...

Llego cansado a casa procedente del Instituto. Después de comer me voy a mi habitación a descansar un rato. Rostro Negro está en su ventana mirando fijamente por ella al tejado de la cárcel. Su cara ha cambiado conforme han ido pasando los años, arrugado y con canas ya no le veo tan temeroso de su situación, incluso hay algunos momentos en los que desde nuestra distancia creo verle una pizca de felicidad. Cuando nos miramos ya me sonríe. Me voy, tengo cosas que hacer.

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Entro en mi celda después del almuerzo en prisión, y es ahora cuando me relajo. Si antes contemplaba estas cuatro paredes como un conjunto de ásperos ladrillos que me ahogaban en un profundo desconcierto vital, ahora las veo como mi refugio. Me cobijan del mal que hay fuera, ese mal en el que comprendí yo formaba parte y que me destruía por dentro. Las caras que antaño me atormentaban son las que me han ayudado, ahora son mi compromiso.

Me siento junto a la ventana y por suerte al rato aparece Luisillo desde la suya. Conforme ha ido creciendo se iba asomando menos y nuestros encuentros visuales se han ido haciendo más esporádicos. Cada vez que lo he ido viendo a lo largo de los años iba cambiando poco a poco, le he visto crecer y ya es todo un apuesto joven. Le sonrío, me corresponde. Tengo la sensación de que es un ‘hombre de bien’, que mi merecido enclaustramiento le ha servido de aprendizaje. Estoy orgulloso de él.

Se aparta de la ventana y se va. No sé cuando ni si lo volveré a ver, pues ya queda poco para que cumpla toda mi condena. Pronto volveré a ser libre. Miro por la ventana de mi celda. Ésta da al tejado de una de las galerías inferiores. El tiempo transcurrido ha hecho que las tejas estén recubiertas por líquenes y otros hierbajos. Junto a mi ventana, de entre esos hierbajos hace poco nació una preciosa y solitaria flor, un atisbo de esperanza ante los días venideros.

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Luisillo ya no aparece por su ventana, estará ocupado en su vida de adolescente. Los últimos meses los he ido pasando observando la dulce flor que me acompaña desde el otro lado de la ventana. Es mi nueva amiga y compañera, con la que pienso en cómo será mi futuro, la que me transmite ilusión. Me reflejo en la flor, ambos estamos presos de la misma cárcel, pero su naturaleza es así de estática, la de permanecer en un mismo sitio para toda su vida, sólo mecida por la momentánea brisa de la mañana mientras es acariciada por multitud de insectos. La mía no, en cambio ella es pura y bella por naturaleza; aunque si mi horrendo crimen me va a acompañar siempre como lastre, éste no me hundirá y saldré adelante con mi nueva vida. Estoy impaciente, en pocos días saldré a la calle por fin.

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Hace frío en la celda, fuera hay una tormenta como hace mucho tiempo no ha habido. Me asomo mientras me arropo más fuerte con la manta. Cortinas de lluvia laterales golpean el tejado mientras mi flor se mueve violentamente golpeada por el viento, casi todos sus pétalos han desaparecido, se está muriendo. La miro fijamente. Una racha de viento fortísima la arranca de raíz y se la lleva para siempre de mi lado. Ahora es libre de su prisión innata, pero está muerta. Mañana es mi día, seré libre, y volveré a estar vivo. Estoy nervioso.

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No he podido dormir en toda la noche. La tormenta amainó y ha amanecido con un tímido sol saludando entre las grises nubes que se van alejando. El día ha llegado, dejo por fin estas cuatro paredes entre las que he vivido largos años purgando mi crimen. Al salir por la puerta principal respiro profundamente y lleno mis pulmones de energía y vida. Nadie me podía esperar a mi salida, así que recojo mi petate del suelo y emprendo camino.



A la par,  unos cuantos pasos más adelante...

Vuelvo pesaroso a casa. He suspendido tres asignaturas este trimestre, y para colmo he tenido una fuerte discusión con mi novia. Hasta después de Reyes no la podré volver a ver, espero que el año nuevo empiece mejor a como ha terminado este. Mientras voy pensando en mis problemas una cara conocida me sobresalta a la vuelta de la esquina. Es Rostro Negro y está libre. También se ha parado en seco delante mía, me ha reconocido. Está muy viejo, pero rebosa alegría. No nos decimos nada, sólo nos miramos complacientes. Nunca supe el motivo por el que estuvo preso, pero me alegro de que esté libre, pues se nota que arrepentido de lo que pudo hacer marcha como un hombre nuevo. Tras unos segundos, no sé si algún minuto, proseguimos nuestros caminos. No hizo falta decirnos nada, su mirada lo hacía. Tras andar unos metros me giré para verlo marchar, ahí iba bajando la calle con su macuto al hombro. No sé donde irá, es la última vez que lo voy a ver, le echaré de menos. A él le debo mucho.


Mientras al otro lado de la mirada...

Conforme voy andando pienso en el trayecto que he de tomar. ¡Tanto tiempo pensando en mi libertad y ahora me encuentro hecho un lío! No sé qué camino coger. Al volver la esquina de repente veo a Luisillo venir hacia mí. Me quedo impresionado de verlo tan cerca y tan grande. No huye asustado, pero se sorprende al verme. Nos quedamos el uno frente al otro quietos mirándonos sin decirnos nada. En su cara veo un sentimiento de alegría por mí y en su mirada a aquel niño que me observaba desde su ventana. Será un gran hombre, eso me reconforta. Nos sonreímos y nos despedimos con un leve movimiento de cabezas. Voy bajando la calle, tengo todo un camino por delante. No sé dónde iré, pero el mundo es muy grande y hay mucho bien que realizar. Gracias Luisillo...


Francisco J. Canales-"Azaustre"





  • Enlaces a noticias del fallo del tribunal y listado de finalistas:


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