Si mi destino hubiera sido nacer en el cuerpo de otra especie animal, a la de gato o perezoso, me habría encantado ser ave y así poder volar, para desde lo alto ver el mundo con mi tranquilidad.
Por ello, el pasado mes de febrero durante un magnífico viaje de vacaciones al "otro lado del charco", pude enamorarme de un fantástico paraje, en el primer vuelo que disfruté en mi vida subido a un helicóptero.
Éste nos dio un breve pero intenso paseo sobre las Cataratas del Iguazú. Despegando desde el helipuerto que la empresa Helisul tiene en la entrada al Parque Nacional do Iguaçu (en el lado brasileño del mismo), el aparato sobrevoló toda la verde y bella floresta. Al fondo, en el horizonte más inmediato ya se podía apreciar la magnitud del espectáculo natural que supone la caída cada segundo de miles de hectolitros de agua del río Iguazú. En un gran meandro el río, cual frontera natural, separa los países de Brasil y Argentina.
Allá arriba, como los pájaros que vuelan sin fronteras posibles, nuestro helicóptero nos mecía en el aire deleitándonos con las mejores vistas posibles de la caída del agua, coronada con bellos arcoiris. Una vez el curso del río se calma, el agua sigue su camino, afluyendo poco después al río Paraná, allí donde a las dos fronteras se les suma una tercera, Paraguay. La grandiosidad del paisaje, inserto en un inmenso continente, me hace sentir diminuto, casi como cualquier pequeño pajarillo que revolotea por el lugar. Si el poeta decía que se "hace camino al andar", es desde las alturas cuando más consciente soy de todo lo que me queda por descubrir.
Asombrado, maravillado por lo allí visto, y con ganas de más, pocos días después me aventuré en otro vuelo en helicóptero, que en breve podré relatar.