Hoy el periódico semanal alicantino Escaparate (Nº1208) ha publicado un artículo que les envié sobre la visita que mi madre y yo hicimos el otro día a la localidad de Ibi para conocer una de las esculturas que hizo nuestro tío Aurelio. He aquí el artículo:
En todo ser humano hay anhelos, deseos vitales por cumplir, aquellos que dan sentido o endulzan la vida, y que cuando son realizados dejan una satisfacción o paz interior del deber cumplido. Sin duda alguna mi madre y yo así nos sentimos desde que el otro día pudimos pasear por las calles de Ibi, un lugar en el mapa que alejado de nosotros físicamente, sentíamos tan cercano que era inexcusable no pasear aunque sólo fuera una vez por esas calles, iluminadas por una potente estrella tan familiar para nosotros.
El
transcurso de la Historia, las características personales y el entorno familiar
y social nos llevan a cada uno por caminos diversos, que sabiendo cómo
comenzaron, mientras caminamos no podemos aventurar el final del mismo. Hace 50
años, nuestro tío Aurelio López Azaustre, en su senda artística y personal
circunscrita en su mayoría a Granada y aledaños, dio un salto gigante hacia
tierras levantinas, donde situó un importante hito en su trayectoria vital,
siendo éste uno de los elementos por los que más se le recuerda a nivel
artístico.
Siguiendo
ese camino que nos dictaba el corazón, mi madre y yo cruzábamos las tierras
alicantinas con un objetivo claro, ser testigos y admiradores presenciales de
una de las creaciones esculturales más importantes de nuestro tío: los Reyes
Magos de Ibi. Pisando por fin suelo ibense y no transcurriendo mucho tiempo en
nuestro camino por aquellas calles desconocidas, de repente a lo lejos
vislumbré una parte de esa silueta tan recordada. Por fin en aquella plaza y ante
el majestuoso monumento y con algunas lágrimas en los ojos presentamos nuestros
respetos y homenaje a la memoria del tito Aurelio delante de tan lustroso
testigo. Mi madre volvió a estar delante del monumento, esas figuras tan
queridas en nuestra familia, y rememoraba cómo hace 50 años fue testigo del
proceso de realización del mismo, en una visita a nuestro tío en su taller en
Granada. Hoy en un emplazamiento diferente, con la ausencia de ya muchos y la
piel y el pelo lastrados por el paso de los años, las figuras del monumento
tras inclemencias, roturas y accidentes que casi le cuestan la integridad,
permanecen incólumes a pesar de todo.
De
pie ante aquellas figuras como en un acto de reverencia familiar y con la emoción
contenida tras medio siglo de una vida vivida, dimos los pasos que dio Aurelio
hace varias décadas, cuando esta plaza era un descampado, totalmente
irreconocible a como hoy se nos presenta el lugar. Enternecidos ante su firma
en la parte trasera del monumento, nos sentamos a su lado para empaparnos de
todas aquellas sensaciones que pudiera otorgarnos el gran conjunto, con lástima
ante la pronta despedida, pues junto al monumento nos sentíamos como en nuestro
hogar. De repente, un grupo de chiquillos se adueñó de la plaza para hacer
aquello que hacen los niños, jugar. Yo, que soy de naturaleza pausada, y amante
y protector del patrimonio, más si este es tan familiar, empecé a temer a aquella
veloz pelota de fútbol que, dramáticamente para nosotros, demasiado se acercaba
a la escultura. Pero tras unos momentos inquietantes, comprendí que los niños
jugaban en el mejor lugar posible, junto al monumento del juguete (con balón
incluido) que representa precisamente la ilusión infantil por el juego. Y en
unos tiempos como los actuales en los que tristemente la infancia ha dejado de
jugar sanamente, aquel panorama de los chiquillos jugando bajo los Reyes Magos
del tito, en cierta manera era un simbólico espectáculo visual. Insto a que
mantengan como hasta ahora protegido y cuidado el monumento, patrimonio de
todos y buque insignia de Ibi, pero ¡que los niños sigan jugando!
Francisco
J. Canales-“Azaustre”
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