Es algo tristemente habitual. Y no hablo de los ataques de kale borroka que los Jarrai batasunos cometían cada día en el País Vasco y Navarra. Hablo de los incendiarios que pululan por el resto de nuestras geografías, sin más adscripción política que la de hacer daño o vanagloriarse ante su ímpetu pirómano. Hacía ya tiempo que no me cruzaba con los restos "festivos" de ese animal humano que nos rodea y convive en franca armonía con nosotros, el cabestrus hispanicus. Forma parte de una especie que abunda concretamente en aquellos países en los que ante una falta de mejores cosas que hacer (o quizás porque ya se tiene de todo que hacer), se deleitan en demostrar a los demás lo bellacos que son, haciendo el mal allá por donde pasan, sin más fin que el de recrearse en el daño per se.
Ese ser primigenio, heredero directo de nuestros ancestros simiescos y lleno de testosterona que demostrar, a falta de materia gris de la que presumir sabiamente, hace alarde de sus conocimientos en la creación del fuego intentando asemejarse al titán Prometeo, pero en vez de ser uno moderno que nos ilumine el futuro, su llama iluminadora no es más que el fuego que existe en lo más profundo de la cueva donde aún habita.
Así de esta manera, ayer día 2 de enero, cuando me disponía a levantar mi trocito de país con mi esfuerzo diario, como digo, me crucé con los restos que habían dejado dichos seres, en concreto en la avenida de Madrid frente a la actual Escuela de Posgrado. Allí, pocas horas antes quemaron dos contenedores, uno de los cuales aún permanecía con su esqueleto ennegrecido. El mismo seguramente era de reciclado de papel, pues algún libro quedaba disperso por el suelo, evocando aquellas masivas quemas de libros del pasado. Viva imagen del cerebro del incendiario, evitando en este caso que un libro, sea de la temática que sea, pueda reciclarse en otro bien esencial. El incendio provocado, dañó ligeramente el árbol colindante, y quemó por completo la parte trasera de un vehículo aparcado al lado. "¡Qué buena manera de empezar el año!", pensaría seguramente su afligido dueño.
De seguro que estas alimañas, henchidas de heroísmo y hombría habrán pensado que los barrenderos, bomberos y chapistas necesitan trabajar, de ahí su generosa dádiva festiva. Bueno, que ellos sigan a lo suyo, que los dentistas, policías y funcionarios de prisiones también han de seguir con su tarea. Así nos va.
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