Siempre me he considerado poco afortunado en cierto sentido, pues a pesar de que me encanta viajar y poder hacerlo en avión, en mi vida pocas veces he utilizado este medio de transporte. Pero en cuestión de un mes escaso a principios de este año, este déficit aéreo lo he cubierto con gloria y satisfacción, llegando a sobrarme dicho deseo en los dos vuelos transoceánicos, que resultaron ser realmente cansinos.
Tras haber disfrutado de hermosos paisajes, dunas y playas paradisíacas en la zona nordeste de Brasil (básicamente Natal, Recife y aledaños), continuaba mi aventura a través de ese inmenso país. Allí en la lejanía de Recife viví un acontecimiento tan triste, dramático y preocupante como fue el inicio de la guerra e invasión de Rusia contra Ucrania. Un hecho que como todos, venía ya desde hacía semanas observando ocurriría y que aunque no por esperado, dejó de ser impactante, cogiéndome tamaña histórica noticia fuera de mi hogar. Tras una triste despedida de una persona verdaderamente querida que me había acompañado todos esos días, proseguí mi ruta a través de los aires desde el Aeropuerto de Recife.
Como despedida de aquel grato lugar, pude disfrutarlo sobrevolando aquella ciudad acogedora, observando los grandes edificios junto a las desorganizadas favelas. Y en el horizonte, el inmenso Atlántico, a mi izquierda la gran masa acuática que separaba dos mundos, el mío y en el que yo me encontraba. Sobrevolando la línea de la costa, sobre grupos de barcos fondeados, grandes y pequeñas nubes sobre regiones desconocidas y por conocer, me acercaba a mi último destino, la siempre bella Río de Janeiro. La emoción e incertidumbre se apoderaban de mí conforme el avión se acercaba a tierra. Por fin, la ciudad que desde hacía mucho quería conocer estaba ya bajo mis pies, recibiéndome el Cristo Redentor con sus brazos abiertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario