No quiero dejar terminar el año sin plasmar por escrito mi grandioso epílogo brasileño, rememorando gráficamente las impresiones aéreas que pude disfrutar desde el cielo de Río de Janeiro en ese soleado y veraniego día del marzo austral.
Maravillado tras mi experiencia sobre las cataratas de Iguazú en mi primer vuelo de helicóptero, supe allí que también en Río la empresa Helisul ofertaba vuelos en helicóptero que sobrevolaban la ciudad. Así pues, no podía irme de allí sin la experiencia de ver tan grandioso lugar en un medio aéreo al que tomé gusto.
Así, en mi último día carioca, despegamos con el helicóptero desde el helipuerto de la empresa junto al Lago Rodrigo de Freitas. Al igual que la primera vez, en esta segunda ocasión también tuve la suerte de ir de pasajero junto al piloto, sentado sobre el morro del helicóptero, disfrutando pues una panorámica espléndida a ambos lados, de frente y bajo mis pies.
En un primer momento el piloto nos llevó a sobrevolar las playas de Ipanema y Copacabana, con miles y miles de personas disfrutando allá abajo, cerca de la costa, las islas Cegarras, y más allá la inmensidad del Atlántico que lleva a la Antártida. A continuación, el helicóptero viró en dirección al objetivo del vuelo, que no era otro que sobrevolar al Cristo Redentor en lo alto del cerro del Corcovado. Fue impresionante ver aquel majestuoso monumento desde tantos metros de altura, cuando el día anterior me encontraba bajo él, en el mismo lugar donde ahora muchas personas cual hormiguitas pululaban a su alrededor. Al este, a donde el Cristo abrazaba, la ciudad se extendía hasta los macizos del Pan de Azúcar, otra gran atalaya natural desde la que pude disfrutar la ciudad previamente.
Tras un breve pero inolvidable vuelo, de nuevo en la realidad tangible del suelo, me dispongo a despedirme de la ciudad y del país con un bello atardecer en la playa de Copacabana. Espero volver algún día, pues me quedó mucho por descubrir.
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