Si espectacular resulta ver de cerca y casi poder palpar un paraje tan bello como el Parque Nacional de Iguazú, la partida desde su aeropuerto no debe apesadumbrar en demasía, pues el espectáculo puede continuar si uno tiene la suerte de ir sentado junto a la ventanilla del avión, como por fin me ocurrió el pasado mes de febrero en mi viaje americano.
La lotería de los asientos me regaló tan bello panorama, pero como contrapartida éste se vio eclipsado por los berridos en portugués de un crío muy llorón en la fila delantera. (Nota mental: No olvidar para esos casos unos buenos auriculares con música ambiental, jazz o chill out.)
Paisajes tan verdes y exuberantes que desde las alturas te dan la sensación que aún aquello es virgen y la mano europea no ha puesto pie allí. La envergadura del río Iguazú, con sus múltiples meandros, me acompaña absorto durante un buen rato. Pero allá a lo lejos se vislumbran inmensas y amenazadoras nubes negras. Con la lógica preocupación que en nuestro rumbo a São Paulo tengamos que atravesarlas, ésta se me acelera al percatarme que las destellantes luces que allá a lo lejos entre las nubes resplandecen no son cohetes que celebren alguna hipotética fiesta de las localidades de más abajo. Cuando veo que dichos fulgores se extienden acompasadamente en ese gran cuerpo nuboso, me acuerdo del dios Zeus y su potente brazo ejecutor.
Tras la primera alarma, ésta se transforma en tranquilidad, pues las nubes permanecen lejanas y no perturban nuestro vuelo. Una tranquilidad que intuyo puedan disfrutar los habitantes que más abajo de ellas tengan al poder cobijarse en sus casas. El sol, al fin, se pone en su cíclico discurrir, y la oscuridad reinante en el exterior me adormece mientras de vez en cuando los mudos relámpagos de la lejanía son como pacíficas e hipnóticas lucecitas que coadyuvan a tan placentero propósito.
Por fin, tras un vuelo no muy largo, y tranquilo, a pesar de las cuerdas vocales del delantero infante; las nubes, verdes bosques y aisladas luces de pequeñas localidades, dan paso a masivas aglomeraciones lumínicas. Es lo que me indica que estamos llegado a São Paulo y su área metropolitana. Y con la luna velando sobre nosotros, por fin llegamos a Guarulhos, hogar dulce hogar. Aunque no por mucho tiempo, pues horas después sigue mi aventura americana. De nuevo en un avión iré rumbo norte a descubrir nuevas y bellas cosas.
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