De seguro cada cual idealiza el lugar al que uno pertenece, la patria chica, aquel sitio donde uno pudo nacer, crecer y donde ocurrieron aquellas vivencias que perduran en lo más hondo de la memoria. Y en base a ello magnificar los sentimientos que uno tiene por lo que es su hogar.
En mi caso, esa subjetividad no es óbice para llegar a la conclusión de la belleza cultural, urbana y natural de Granada, mi ciudad, y todo el entorno que la rodea. Desde que tardíamente me convertí en usuario eventual de líneas aéreas siempre quise cumplir un deseo, que alguno de mis trayectos sobrevolaran Granada y poder admirar mi hogar desde las alturas. Y ha sido este año cuando por fin lo he podido cumplir, y por partida doble. En las contadas ocasiones que he viajado desde España o de vuelta a mi país, he sobrevolado muchos de los paisajes de mi nación, algunos reconocibles, otros intuidos por mis nociones de Geografía, y confirmados posteriormente a través de internet. Pero en ninguna de esas ocasiones tuve la oportunidad de contemplar mi ciudad, a pesar de que por el visual de mi ventanilla observara lugares cercanos o incluso inmediatos.
Hasta que como digo, este año por fin pude admirar desde las alturas esa silueta tan familiar para mí. La primera vez fue en el viaje de regreso a España que hice el pasado mes de febrero desde la isla de Malta en el Mediterráneo. Tras sobrevolar de noche extensiones oscuras e iluminadas de lo que supuse eran Túnez y Argelia, la seguida extensa oscuridad me hizo intuir que sobrevolábamos el mar, por lo que pronto vería las primeras luces de territorio español. Esas primeras luces de localidades españolas las quise situar en la zona de Almería. Mi posición en el avión facilitó esa observación hacia el norte. Poco después observé una larga hilera blanquecina que asimilaba las montañas nevadas de una cordillera. Por la dirección y forma, era Sierra Nevada. Ahí me encontraba yo, viendo desde las alturas a las montañas más altas de la península Ibérica, el perfil montañoso que me ha acompañado desde pequeño. Tras la alegría de contemplar Sierra Nevada por primera vez desde un lugar como ese, me preparé y mentalicé con nerviosismo, pues inmediatamente debería ver las luces de mi querida ciudad, a los pies de la sierra, en su lado norte, y la visual me sería favorable a ello. Y allí apareció, grandiosa, la luz de mi hogar, una ciudad reconocible sobre todo por la curva que desde el lado oeste separa la ciudad de la Vega con la Circunvalación. Emocionado, deseé bajar ahí mismo con algún paracaídas para acortar el trayecto, pues este debía continuar a Sevilla, y tener que esperar casi un día más para regresar a mi ciudad que poco antes había visto pasar bajo mis pies. Fue curioso pensar en esos momentos en los seres queridos que me aguardaban ahí, tan cerca pero tan lejos, sin que ellos supieran que en ese preciso instante los observaba mimetizados entre todas aquellas luces que son las calles de mi "Graná".
La segunda ocasión tuvo lugar hace pocos días, en un contexto muy diferente en este año de profundos cambios personales. Y si bien ambos momentos habían tenido lugar como regreso de sendos períodos de vacaciones, este segundo concluía con mi regreso al que parece es mi nuevo hogar en tierras alemanas. Y aunque ya no viva en Granada, y mi vida no transcurra allí, siempre la consideraré mi hogar. Me iba entristecido por tener que volver a una rutina verdaderamente seca e inhóspita, y conforme las luces de mi país se iban haciendo más diminutas fue cogiendo forma en mi semblante la pesadumbre por tener que pasar unas nostálgicas navidades en soledad. Primero el Aeropuerto de Málaga se empequeñecía, y tras sobrevolar inmensos lugares como un IKEA y una Plaza Mayor que parecían de juguete, la grandiosa oscuridad del mar me daba pavor, por más que las sinuosas líneas de olas que hipnóticas avanzaban a la costa quisieran darme tranquilidad. Pero no, ese horizonte oscuro lo era además metafóricamente. Tras virar para coger rumbo norte hacia Alemania, me pregunté qué zonas podría reconocer desde esas alturas y a esa hora de la noche. Tan sólo hice un par de fotos a un conjunto de luces que indicaba que era una ciudad grande, y que mi móvil geolocalizó hechas sobre Montefrío mirando en dirección este. Y aunque por la cercanía temporal al despegue y la posición intuí estar sobre la zona de Antequera, hice las fotos porque creí ver una forma similar a Granada, debido de nuevo a la reconocible curvatura de su Circunvalación. La posición esta vez me jugó una mala pasada pues no supe distinguir algunas zonas, y en otras la visión me hacía creer ver monumentos sobredimensionados. Así que la ciudad desconocida se alejó ventanilla atrás sin determinar claramente su identidad. Tuve que esperar a la ayuda de mis hermanos, que gracias a su profundo conocimiento de nuestra ciudad, terminaron de confirmarme que lo que vi, efectivamente era Granada. Y es que sí, se pueden reconocer en la fotografía diversos pueblos de la zona oeste y sur de la ciudad, y si uno se fija bien, débiles luces a lo lejos en lo que es la zona de Pradollano en Sierra Nevada. Después de aquella visión, me puse a descansar, pues Granada seguiría formando parte de mis pensamientos diarios.
Aunque muchas veces he sufrido Granada y los males que la corroen como si un infierno se tratara, desde mi atalaya en los cielos y con la perspectiva que da el migrar, Granada se contempla como el verdadero cielo en la Tierra.
