Por Francisco J. Canales-“Azaustre”
[Hace unas semanas envié este relato a
la revista digital literaria Visor por si pudiera ser
publicado, pero no ha podido ser así. Por ello lo publico en mi blog personal por si a
alguien le interesase leerlo. Lo que aquí escribo lo ideé con los sentimientos
que me inspiró mi visita al Museo Arqueológico de Sevilla en junio de 2015 y en
concreto los rostros de Santiponce.]
Caminaba apasionado paseando a través de
largos pasillos y amplias salas en aquel inmenso museo de aquella vieja ciudad.
Tan sólo mirando de un lado para otro aquellos vestigios que hace siglos los
habitantes de esas comarcas realizaron sin el conocimiento de que siglos más
tarde su obra sería mostrada de tal manera a curiosas y extrañas gentes en un
mundo tan distinto al que vivieron. Estatuas colosales de emperadores, otras
más pequeñas, distintos elementos ornamentales, capiteles, monedas,
mosaicos, toda una representación de arte tallado por las manos de gente
de un tiempo ya fenecido. Aquí quedan los restos de aquellas vidas, tesoros
únicos que dan testimonio de su paso por este mundo, ahora tras una vitrina de
cristal que permita su pervivencia a lo largo de muchas generaciones más.
El cambio de sala a sala no hacía sino
impresionarle más con la muestra de dicha laboriosidad antigua, pero en cierta
manera, todo lo veía lejano, no como algo propio, no sólo por la distancia de
su ciudad materna, sino por el hecho del desconocimiento de la intrahistoria de
cada obra de arte y el significado que para él pudiera tener.
Pero de repente, tras atravesar el
dintel de una puerta que daba a una pequeña sala, ahí los vio, con sus pétreas
y profundas miradas fijadas sobre él, impertérritos ante su presencia. En
hilera, sus miradas sin vida le reclamaban la atención que merecían, no había
escapatoria, pues para salir de la sala había que pasar ante ellos. Él, sin
reacción corporal posible, se quedó delante con un cúmulo de sensaciones que le
habían dejado como a ellos, petrificado. Delante de él, una sucesión de retratos
romanos con un par de milenios de antigüedad. Había algo raro en sus inertes
pieles de piedra, pues si bien eran retratos de personajes ‘desconocidos’ y por
lo tanto no tenían la magnitud intrínseca a esculturas de grandes personajes,
había cierta atracción ante su presencia. No lograba encontrar si había alguna
característica física que le resultara familiar, pero tuvo la sensación de que
delante de él estaba el busto familiar de un antepasado directo. Por
estadística genealógica era muy probable. No lo sabía ciertamente, no había
evidencia que así lo demostrara, pero así lo creyó sin duda, delante de él
tenía el rostro de su ‘lejano abuelo’.
No sabía cuál de los allí presentes
pudiera ser, ni siquiera si eran varios. No sabía su nombre, ni los años y
lugares en que nació y murió, tan sólo que dicho busto se encontró en un
yacimiento de la provincia en que se encontraba en ese momento. No sabía los
detalles de una vida tan lejana, ni a qué se dedicó, ni los avatares por los
que tuvo que padecer. No sabía cuántos hijos tuvo, ni de cuál de ellos
descendería. Pero interiorizó que gracias a la existencia de ese ‘abuelo’ que
tenía delante, él podía estar hoy donde estaba, encontrándose con sus ancestros
en esta fría sala, reencontrándose consigo mismo al reflejarse en la vida de
los que le antecedieron.
Pasó un buen rato delante, en una muda
conversación en la que tenían mucho que decirse. No se conocían, pero había
tantas cosas en común… Le dio las gracias por haber existido, y por haber
puesto su pieza fundamental de ese grandioso puzzle en el que ahora él se había
convertido en la última pieza. Él, pensó, como pieza con curvas y aristas,
encajará con otra a la perfección, para proseguir juntos así en el devenir de
las piezas futuras. Pensó nostálgico que existe hoy el retrato fotográfico y
que la difusión de las identidades es más sencilla que en el pasado, para que
dentro de cientos de años sus descendientes puedan reconocerlo, saludarle y
darle igualmente las gracias por su aporte. ¿Quiénes y cómo serán? La genética
dirá. Hoy, daba un paso más y se despidió de esta ‘familiar sala’ con pena y
cierta nostalgia de un pasado no conocido y un presente que pasará, pero
ilusionado en lo que tendrá que venir. Esa mirada vacía pero eterna del
‘abuelo’ seguirá ahí viendo pasar descendientes ante él, quizás sin que éstos
sepan cuánto le deben al que ahí se encuentra observándoles desde el púlpito de
la Historia.
Nota final: Para quien quiera
conocer esos antepasados nuestros, tan sólo tiene que pasearse por las salas
del Museo Arqueológico de Sevilla situado en la plaza de América. Y así poder
mostrarles un efusivo saludo.
Francisco José Canales López
[Canales-“Azaustre”] (Granada / España, 1984). Licenciado en Historia y Máster en
Claves del Mundo Contemporáneo por la Universidad de Granada. Actualmente
realiza el Máster de Archivística de la Universidad Carlos III de Madrid.
‘Hombre que escribe en sus ratos libres’, ha publicado algunos artículos y
cartas de opinión en diferentes medios. Es además autor del blog Un
rincón muy “Canalístico”, donde publica dichos escritos, así como
reflexiones y demás temas históricos, genealógicos y políticos que le
apasionan. Junto a su nombre, utiliza el alias literario Canales-“Azaustre”,
apellidos familiares, como homenaje y recuerdo a sus dos abuelos.
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