Rememoro los viejos tiempos en
que descubrí esta ciudad, paseo pos sus calles de nuevo y me viene aroma a
verano, de aquel verano en que estuve aquí hace mucho ya. Retales de un pasado
familiar que descubro a la vuelta de cada esquina. Mismo lugar, mismo
entretenimiento, otra época y otro color; la plaza de América con esas mismas
palomas comilonas junto a un reconocible Pabellón Mudéjar, que identifico al
momento de fotos antiguas en que mi madre, mi tío-abuelo José María Garrido
Lopera y su primo Pepe Lopera se entretenían con los antepasados de estas aves
de hoy, en un juego animal-humano que se ve, prosigue de generación en
generación. No puedo más que sonreír en mi solitario paseo ante tal imagen. Al
gracejo del crío que veo temeroso dándole de comer a los patos en el Parque de
María Luisa, se une el inolvidable canal navegable de la plaza de nuestras
Españas, en el que todas nuestras provincias se unen en hermandad en hilera
para darse un abrazo a sí mismas.
Un nuevo paso, una nueva esquina
que voltear, y de casualidad como si mi destino haya prefijado este encuentro,
ante mí se presenta el Hotel, preciosísimo, de Alfonso XIII. Me inmiscuyo entre
sus pasillos y trabajadores, intentando descubrir el pasado, los recuerdos de
una familia, la mía en última instancia, pues el cariño que se le tenía al
desaparecido primo Antonio, me ha llegado a través de mi madre, y a ella a
través de su tío. Hotel Alfonso XIII, enclave maravilloso en que se descubre a
través de las fotos antiguas que atesora al primo Antonio Lopera López de
Priego en sus tiempos de director del mismo junto a grandes personalidades como
los entonces príncipes de España Juan Carlos y Sofía. Sevilla, tanta Historia
en mayúscula, con tanta intrahistoria que llega al corazón, henchido de
nostalgia. Nuevos rincones tras la esquina, viejos escenarios familiares, pues
si en la plaza de Doña Elvira, donde entonces mis parientes contemplaban con
encanto el inmenso poderío de la Giralda, hoy lo contemplo yo, casualidades de
nuevo del destino, desde la ventana del artista granadino Amalio García del
Moral; ventana desde la cual hoy el genial artista vigila su Giralda, en forma
de busto modelado por las manos de mi tío-abuelo Aurelio López Azaustre. Todo
queda en familia.
Sevilla-Granada, un dueto andaluz
a lo Pimpinela, de peleas entre
hermanos, eterna disputa por ser una de las ciudades más importantes del sur de
España. “Peleillas” de amigos me gustaría llamar, que son “ganas de chinchar
por chinchar”, porque finalmente amigos y hermanos somos para lo bueno y para
lo malo. Que aunque los “miarmas” y los “malafollás” estemos siempre a la
gresca, en definitiva somos casi lo mismo, con nuestras obvias y necesarias diferencias.
Que aunque yo el primero, tengo ese prejuicio antisevillano
desde que en aquel mítico verano del 92 me llamaron “mi arma”, retumbando aún en
mis sensibles oídos, he de admitir la belleza incomparable e inmensa de la
ciudad y el encanto de sus lugareños. Que por cierto, he de agradecer
eternamente la bondad y el recibimiento de las gentes de Sanlúcar la Mayor, que
gracias a su “Amarrao”, el “Amarrao” de López Azaustre, mi “Amarrao, nos ha
unido ya para siempre (Rafa Espina, José Torres, Miguel Sousa, Juanma Márquez,
Antonio Robledo y tantos otros).
Salgo de Sevilla encantado de
nuevo, y aunque siga, porque seguiré, con la pulla antisevillana pues forma
parte de nuestra idiosincrasia y cordial y duradera pugna de hermanos, me
despido con las aguas del Guadalquivir directas al “Mar Océano”, mientras yo
vuelvo a otra ciudad encantadora y genial, que está a los pies del cielo, mi
eterna Graná.
Francisco J. Canales-“Azaustre”
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