Hace pocos días participé en el XX Concurso de Relatos y Cuentos de Invierno que cada año organiza el periódico Ideal. Los relatos seleccionados se han publicado en el día de hoy, pero lamentablemente el mío no ha sido elegido. Debido al gran entusiasmo que puse en su redacción, resultado del gran cariño a dos personas que me inspiraron para el tema, cuelgo en mi blog el citado relato para todos aquellos que gusten de su lectura.
La visita de mi
abuelo
Por
fin cerré los ojos después de un día estresante de esta Navidad interminable, y
no sé el tiempo que pasó. Me vi acostado en mi confortable cama, pero a pesar
de reconocer mi habitación, la notaba con un aire tan onírico que no me extrañó
cuando de la nada apareció la figura de mi querido y añorado abuelo, fallecido
hacía ya mucho tiempo, sentado junto a mi cama fumando en su inseparable pipa
un tabaco que no dejaba olor. Sin sentir impresión ni temor por su presencia empezamos
una charla abuelo-nieto tantos años después, una charla que en ese limbo de
Morfeo habría durado infinitamente, por todas las cosas que me quedaron por
preguntarle, por todas las novedades que de mi vida se perdió, y todos los
consejos que necesité de él.
-Abuelo,
¿qué es la vida?-le pregunté.
Con
la mirada perdida en la inmensidad de la eternidad que le da la muerte me
contestó:
-Cuando
uno deja la niñez y los años avanzan inexorablemente, a menudo surge esa
pregunta, la cual tiene dispar respuesta. Para unos tiene un significado, un
sentido que para otros es bien distinto. Tú mismo has de encontrar el
significado de tu propia vida, que será diferente al que yo tuve. Lo que es
cierto es que en estas fechas tan señaladas la vida deviene en el continuo
recuerdo de quien antaño fuimos y la pesada nostalgia de echar de menos a quien
un día amamos.
-Así
me siento abuelo, rememorándoos a todos vosotros que nos dejasteis hace bastantes
años. Mi frágil memoria te recuerda en este mes en que te marchaste, las añejas
fotografías en las que salís las guardo como si un tesoro fueran, y los objetos
que un día te pertenecieron los conservo como las preciadas antigüedades
sobreviven en los museos. Aún custodio tu bastón, aquel que te ayudó a andar en
los últimos años de tu vida, y también el característico sombrero que cubría tu
anciana y caballerosa efigie.
-Ya
no me gusta la Navidad, abuelo. - Continué-. Antes cuando estábamos todos
juntos era maravillosa. Ahora en cambio no hago sino suspirar de añoranza cada
vez que veo un árbol de Navidad en la engalanada ciudad u oigo los villancicos
que se escuchan por doquier. En casa ya no pongo ningún árbol, pues aunque sus
luces embellecen la estancia, poco hay ya que celebrar.
-¿Poco?
– preguntó-. ¿Te parece poco estar vivo y disfrutar de la vida con tu gente?
Aquí te traigo tu propio árbol de Navidad. –En la esquina de la habitación
apareció un frondoso árbol lleno de luces,
unas más grandes, otras más pequeñas, con colores y luminosidades
diferentes-. Este árbol representa tu vida, desde el tronco hasta la copa, en
él brillamos todos nosotros, tus seres queridos que un día tuvimos que marchar.
Nuestro recuerdo iluminará el resto de tu vida.
-¿Abuelo,
pero cuál es esa luz con forma de estrella tan luminosa en la copa que no sólo
maravilla mis ojos sino que acalora mi corazón?
-Pues
debes saber hijo mío que no sólo el recuerdo de tus seres queridos fallecidos
pervive con fuerza en el árbol de tu vida –respondió mi abuelo-. Aquellas otras
personas que amaste con tal calidez, pero que por diversas circunstancias se
encuentran lejos, brillan con tanto ardor que a veces hasta quema. Ahí se
encuentran tus hermanos, tus padres, tías, primas, amigos. Todos forman parte
de tu vida, de tu Navidad, disfrútalos. Esa otra luz tan brillante que corona
tu árbol se encuentra muy lejos de ti físicamente, pero es tan fuerte la luz
que irradia, que su brillo llega a lo más profundo de tu ser.
-Así
es abuelo –asentí-. Es la luz que me calma e ilumina en las noches más oscuras,
mi guía para seguir adelante. –Con una mirada agradecida nos despedimos para
siempre-. Feliz Navidad abuelo, te echo de menos.
Y
mientras su añorada figura se iba alejando caminando al vacío más absoluto
ayudado de su bastón y cubriéndose con su inconfundible sombrero, yo fui
abriendo los ojos a un amanecer nuevo, una nueva Navidad, un nuevo tiempo para
ser feliz.
Por Francisco J.
Canales-“Azaustre”